miércoles, 5 de agosto de 2009

En los desfiladeros del estereotipo, el prejuicio, y su travesía hacia la construcción de la masculinidad

Fuente original en la web de la organización pública Desarrollo integral de la familia DIF del estado de Guanajuato, México

AUTORA: JIMENA SILVA SEGOVIA [1] ANTOFAGASTA, CHILE, 2008

Introducción: Refrescando la memoria
El primer autor que usó el concepto estereotipo desde una perspectiva clásica y con el sentido que actualmente posee, fue Walter Lippmann. A principios del siglo XX aparece su primer estudio sobre Opinión pública. Lippmann, buscaba producir conocimientos sobre el mecanismo de componer páginas de periódicos. Cuando establece dicha comparación equipara la estereotipia a un proceso que, aunque móvil, es eminentemente rígido: modificar páginas compuestas mediante la estereotipia no es imposible pero es una tarea ardua, compleja y sumamente costosa. Así también suele ser el trabajo de vencer los estereotipos mentales arraigados en las relaciones sociales, sobre la ubicación de hombres y mujeres en los distintos campos sociales asociada a cuotas de mayor o menor prestigio.

Las instituciones dominantes incluyendo los medios de comunicación, y en especial los audiovisuales (cine, televisión y publicidad), se han ido convertido en poderosos dispositivos de control social, generadores y difusores de estereotipos, a la vez, socializadoras con un peso específico en la perpetuación de las diferencias. (comentar publicidades de cerveza y ace) Así mismo, tienen asignado un rol significativo en su hipotética modificación. Estas instituciones generan códigos distintivos jerarquizados de lo que es aceptado o rechazado. El lugar de lo pasivo o lo activo en las relaciones sociales.

Estas relaciones son dinámicas, circulan acciones y reacciones que las modifican constantemente. Frente a la emergencia de sujetos sociales innovadores (mujeres en el poder, hombres negros en puestos de jefatura o líderes políticos, homosexuales con derechos civiles, etc), los estereotipos operan y se activan como mecanismo de defensa frente a lo que rompe con lo que el statu quo dominante pretende o ficciona (mujeres en los privado, hombres en lo público, grupos étnicos invisibilizados y silenciados. Estos funcionan con mayor frecuencia como actitudes o acciones de carácter negativo (relacionados con los extragrupos, es decir, l@s otr@s) que los de carácter positivo (propios del intragrupo, nosotr@s, generando violencias (femicidios, agresiones, insultos, exclusiones).

Prejuicios, estereotipos y discriminación
La relación entre prejuicio, estereotipo y discriminación, como conceptos es muy estrecha. Este modo de abordar la relación existente entre estos términos parte de una concepción clave: se encuentran íntimamente articulados al concepto de actitud en sus tres componentes: cognitivo (lo que he aprendido de mi lugar en el mundo), afectivo (el miedo o el sentimiento de amenaza que me provoca) y conductual (mis reacciones frente a los cambios o situaciones nuevas). (Mostrar publicidad española de axe).

Función de prestigio
Prejuicios y estereotipos son fundamentales para la socialización de género y la construcción del elemento simbólico de prestigio que cada sujeto adquiera en su contexto de acción: facilitarían la adquisición de identidad social, conciencia de inclusión, valoración y pertenencia grupal. Cada persona al aceptar su lugar en el mundo e identificarse con los estereotipos dominantes en dicho grupo, garantizaría su permanencia e integración en su grupo y la perpetuación de la diferencia. Por ejemplo, la socialización de género basada en la división sexual del trabajo, que ofrece mayores o menores cuotas de prestigio, asigna ciertos roles, y define ciertas actitudes según el sexo de quien lo desarrolla. (En distintos contextos, mientras mas diferencias existen, más tensiones se generan, en los grupos, lo que moviliza y convulsiona la sociedad, generando diversos niveles de violencias).

Ideologías de género asociadas al prestigio.
Una perspectiva que permite abrir un camino de transformación de esta división sexual de la vida social, tan arraigada de las distintas culturas, se encuentra en el trabajo deconstructivo de las ideologías de género vigentes. Esta comprende los significados acerca del valor social atribuido al macho y la hembra, lo masculino y femenino, al sexo y la reproducción en una cultura determinada. Formas de pensamiento definidas como sistemas de creencias instaladas en el imaginario social, (ideas y creencia arraigados en las mentalidades) explican cómo y por qué se diferencian los hombres y las mujeres. Sobre esa base ideológica se especifican derechos, comportamientos, roles, controles, libertades, responsabilidades, restricciones, castigos y recompensas diferenciales. Así también se valoran, su producción y su discurso dependiendo del lugar que ocupan en el escenario sociocultural (matiz de la piel, pertenencia étnica, orientación sexual, edad, etc).

En base a la circulación y evolución de las ideologías, a propósito de los movimientos sociales (guerras, revoluciones, artes, música, lenguajes etc) es posible ir modificando las relaciones masculino- femenino en el sistema social. A su vez ampliar el análisis de la circulación de los poderes en la realidad, desde una perspectiva crítica. Como categoría analítica, la perspectiva de género, ofrece visiones diferentes sobre las tensiones de la sociedad. Produce un discurso social emergente, como consecuencia de luchas y conquistas de mujeres y hombres comprometidos con la equidad. A su vez obliga a los gobiernos –de un modo u otro-, la incorporación de políticas públicas que amplían los derechos ciudadanos (sexuales, reproductivos, laborales etc). Dinámicas sociales que en la actualidad, luego de grandes crisis teóricas y de acciones políticas, van contribuyendo a la búsqueda de formas de relaciones de convivencia, que avanzan hacia la equidad.

Valores y estereotipos asociados al género
La tarea más compleja se encuentra en la modificación de los valores de prestigio arraigadas en las mentalidades e ideologías. Estos, asociados al género circulan en lo cotidiano a través del lenguaje cargados de diferenciaciones y distinciones (desde la perspectiva bourdiana) operando como dispositivo mentales de sujeción a ciertos roles, tanto para hombres y mujeres. Esta es una de las formas que adoptan los estereotipos articulados a preconceptos o prejuicios. Luego traducidos en comportamientos, se nutren en las creencias populares sobre los atributos de las personas, clasificándolas en jerarquías sociales (de mayor o menor visibilidad y valía según niveles, estratos o clases) y sobre los que hay un acuerdo sustancial o convencional., (por ejemplo hombres proveedores, fuertes, conquistadores, mujeres dóciles, obedientes o frágiles).
Todas, ideologías que reproducen conformismo y abnegación en torno a las normativas dominantes, las que se mantienen a fuerza de gratificaciones simbólicas otorgadas a quienes se manifiestan obedientes a la normativa. La constatación del cumplimento de estos mandatos ideológicos da cuerpo a lo que llamamos “normalidad”. Los normales, siguiendo a Foucault, se ubican en el bien hacer la norma, en la aceptación de las regulaciones dominantes, y les facilita la pertenencia a los grupos reconocidos como prestigiosos. Estos van presionando desde las instituciones reguladoras y educadoras, encargadas de instalar la obediencia en los sujetos.

No debemos olvidar que las personas, para ser reconocidas como tales, intentan ser coherentes con lo que el grupo social de mayor prestigio, espera de ellas ya que lo contrario supone marginalización, sanción, exclusión o locura. Por tanto encierro.

Esta trama de relaciones sociales, nos ayuda a comprender el funcionamiento de los sistemas de género, sostenidos y alimentados por diversas normativas, estructurando instituciones de control y orden (cárcel, manicomio, escuela, iglesia). En ellas, se encuentran tensionados grupos de hombres y mujeres, según su pertenencia de género y clase. Allí, en las instituciones los puestos clave de poder se distribuyen de manera vertical sin embargo éste también es poroso, entramado. De esta manera, en el manejo y control de las sociedades, entonces, se producen transformaciones, giros, y estos movimientos dependerán de los capitales cargados de poder a los que cada grupo accede (desde Bourdieu). Así también el uso de los espacios públicos, se distribuyen de manera excluyente, generando distancias entre clases, entre género y a su vez intragéneros.
Todos, conflictos sujeto-sociedad que contribuyen a la pobreza y la violencia social, que afecta a hombres y mujeres, donde la población de mayor impacto es la femenina.

No cabe duda de que ha habido un cambio gradual de perspectiva en la últimas décadas, y que los factores culturales son más frecuentemente acentuados, aunque sea como telón de fondo o como conjunto de restricciones que influencias las prácticas económicas o políticas. Considero que el problemas más complejo de nuestros pueblos se encuentra en que las representaciones culturales y el significado de los sistemas simbólicos no ha sido suficientemente problematizado, con excepción de los grupos de investigadores/as que trabajan sobre sexualidad y que empezó a tener mucho énfasis a propósito de la expansión de SIDA, y a la vez en estudios que tratan el problema de la violencia.

Precisamente son las representaciones sociales de género las que se resisten al cambio perdurando en América Latina, y alimentando estas dicotomías estereotípicas sobre la imagen del hombre fuerte y dominante y de la dócil y sumisa mujer. Ficciones, representaciones que requieren ser cuestionadas, precisamente en este siglo XXI, en que las identidades masculina y femeninas, se caracterizan, por ambivalencias, contradicciones y diversidades.
Considero que estos vacíos en las transformaciones de mentalidades en nuestros pueblos, son en gran medida responsables de la emergencia de la violencia, con término de muerte, por lo que urge trabajar sobre la comprensión de las identidades de género y especialmente las masculinas.

Machismo-masculino
Una de las representaciones más potente e inconfundible, asociadas a América Latina, es la imagen y figura del macho, y sus derivados conceptuales como machismo y machista.
Este término según las reflexiones de Enrique Gomariz, Sonia Montecino, José Olavarría entre otros, se ha mantenido en el tiempo, desplazándose por el mundo y ganado nuevos sentidos simbólicos.

Es importante tener en cuenta que a pesar de la capacidad de ubicarse en distintos escenarios el término macho e incluso machismo, no ha sido objeto de una revisión analítica contundente. Más bien ha sido utilizado de un modo automático, por constituirse en un concepto común. Es usado por todos, hombres o mujeres, para caracterizar a un “verdadero hombre” o para denigrar a un hombre “que no se hace cargo de sus responsabilidades”. También es parte de una suposición más general, es decir, se supone que todos conocen lo que es un macho y por lo tanto pareciera no requerir de más explicación.

Esta falta de interés por profundizar en la comprensión del concepto de macho da cuenta también de una falta de interés, de lo que constituye la masculinidad. De un modo más extensivo en los sentidos de las construcciones de género.
Resulta, entonces, particularmente importante que en la actualidad así como lo refleja este evento, exista una creciente preocupación, principalmente en las instituciones relacionadas con la sexualidad y la familia, por estudiar los procesos constitutivos de la masculinidad, en sus diversos sentidos, que dan cuenta que la masculinidad no está necesariamente enraizada en el término macho. Sino es una construcción tan diversa como el mismo concepto de identidad.
Más bien, en A latina, se han constituido redes de investigadores en masculinidad, tales como la red de FLACSO Chile, Perú, Argentina, Brasil, México, entre otras, que han logrado desarrollar nuevos conocimientos que permiten enriquecer las nociones de masculinidad de lo que significa ser hombre, contribuyendo a desmitificar las nociones homogenizantes, de lo que es ser un hombre latinoamericano. [2]

Una de las grandes tensiones de género y masculinidad, se encuentra entre los hombres jóvenes y mayores. Los cuales alimentan prejuicios y estereotipos al interior del género masculino. Por ejemplo aquel prejuicio y estereotipo que se dirige al hombre joven ubicándolo como despreocupado, irresponsable, como “adolescente”, improductivo, poco comprometido con los procesos sociales. Figura que en Chile se sostuvo en el dicho popular de los jóvenes: no estoy ni ahí. Y en Mèxico hacerse el Pato.

En contraposición con el prejuicio y estereotipo impuesto al hombre mayor, versus el hombre joven. Encontramos que al hombre mayor se le impone la representación del “padre”, proveedor, autoridad y disciplina. Es el adulto asentado y responsable, en oposición, a la figura del joven jugador de fútbol, figura masculina emergente que condensa el esterotipo de la masculinidad popular. Esta se encuentra asociada a simbolismos nacionales específicos, no coincide con la imagen de la autoridad y disciplina, más bien al revés es el macho, resistente, deslenguado, a veces indisciplinado y cuando llega a la cima, play boy. Sin embargo con todo, elevado y mitificado. Como ícono se encuentra amarrado a nociones de conquistas, triunfos y éxitos, que mueve grandes masas y pasiones y al cual se le perdonan los desvaríos.

Estas dos figuras se construyen en oposición, adulto-joven, generando modelos intergeneracionales tensionados y a la vez anudados. En los grupos de hombres, que no entran en este modelo se les puede generar conflictos entre poder y autoridad.
Violencias tales como el imperativo de la etiqueta, donde por ejemplo, en ese modelo de hombre, el hombre homosexual no tiene cabida. Este hombre, que puede no ser padre, ni el duro jugador de fútbol o de rugby rompe con los estereotipos y la norma de la masculinidad hegemónica.
Estos son solamente un par de ejemplos que nos permitirían entender la noción de la masculinidad falogocentrada, de la sexualidad masculina. Sin embargo, existen otras nociones, como el valor de prestigio que vincula masculinidad y trabajo. Un hombre empoderado y prestigioso en su grupo de pertenencia es aquel que posee trabajo, ya que lo articula a capitales simbólicos como el dinero, el grupo y un saber hacer con su tiempo y su cuerpo entre otros procesos.
Para construir las sociedades que queremos, con democracias plenas, y relaciones de convivencia equitativas, necesitamos reconocer a los sujetos emergentes. Es necesario explorar los diversos significados de las experiencias subjetivas de lo hombres, junto con los discurso específicos de lo femenino. Sabemos que en la socialización masculina todavía se encuentran férreamente arraigados el discursos clásicos sobre ser hombre.
Ubicados en antagonismo a la mujer. Ser hombre es no ser mujer. Lo que marca una distinción prejuiciado sobre el valor de los femenino.
En las investigaciones sobre sexualidad, nos damos cuenta que en la práctica existen tantas formas subjetivas de ser hombre que los patrones de socialización más recurrentes resultan violentos.
La mayor tensión entre los hombres, a propósito de las nociones prevalecientes de masculinidad, es la que se da entre el responsable padre/marido, es decir el hombre asentado, cuya vida se limita la trabajo y a la casa y el hombre/mujeriego, irresponsable, nómada, seductor, visible, rodeado de amigos. Este hombre además se lo asocia con los éxitos políticos y las relaciones de poder y dominio. Otro conflicto importante que se observa entre los hombres jóvenes y adultos, es que el hombre adulto observa en el joven la pérdida de la juventud y libertad y lo empuja permanente mente a que asuma un rol como ciudadano responsable y padre potencial.
Todas comprensiones de sentido tomadas de las imágenes dominantes de género, las que clasifican masculinidad o feminidad. Estas toman como parámetro central el rol, la función, la apariencia, dejando fuera representaciones alternativas y las diversidades que no logran conquistar un espacio en el imaginario social dominante.

Propuestas para el cambio social. Democracia de género.
Lograr un cambio profundo en las sociedades, significa incrementar el trabajo en los espacios mixtos, institucionales, sociales, para establecer compromisos a favor de la equidad de género. Pero sobre todo se trata de tener claro que el escenario es el del conjunto de la sociedad y no únicamente el de la población femenina o masculina.
La propuesta se funda en promover prácticas de consenso teórico, donde se comprenda que la categoría de género no es sinónimo de mujer, sino un instrumento que permite analizar las relaciones de poder. En este trabajo, el más duro que toca enfrentar es el de la violencia de género, que obstruye el camino a la equidad y la democracia de nuestros pueblos. Violencia que viven los niños-varones, los hombres-jovenes, los hombresancianos, los hombres-pobres por su ubicación en el campo y su limitado acceso a capitales.
Precisamente son las deficiencias de las democracias en las sociedades, las que producen
convivencias infiltradas de prejuicios y estereotipos.
No es mi intención desarrollar la propuesta en extenso, sólo dejar la inquietud. Esta parte del reconocimiento de la discriminación histórica de las mujeres y del reconocimiento del valor de los movimiento de mujeres. Estos lograron ubicar la problemática del género en las agendas públicas internacionales. Trata de poner en práctica la idea de que el enfoque de género incluye a todos los seres humanos, por lo que convoca a hombres y mujeres a una tarea que implica al conjunto de la sociedad.
Examina con rigor los cambios sucedidos en materia de género y entiende la acción positiva con criterios de justicia, que eviten injusticias compensatorias hacia los hombres.
En conclusión, el trabajo que debemos proponer en las instituciones de Estado que se ocupan de la protección de la familia, es un esfuerzo por la inclusión y por un perfeccionamiento de los mecanismos de negociación de los conflictos. Esta propuesta no excluye los espacios autónomos para el desarrollo pleno de mujeres y hombres, centra su preocupación en las relaciones entre hombres y mujeres y el desarrollo de toda la sociedad. Es también genero-inclusiva en el plano del enfoque metodológico con que se abordan las intervenciones familiares e individuales: incluye todas las herramientas que permitan avanzar hacia la equidad: empoderamiento, igualdad de oportunidades, trabajo con los hombres. Supone una ampliación de los criterios de formación académica de los/as profesionales que atienden estos fenómenos (juece/zas, fiscales, policías, médicos/as, psicólogos/as, etc) y su combinación depende del diagnóstico que se haga en materia de género (atendiendo las problemáticas masculinas y no solamente la situación
de las mujeres).
1 Psicóloga Social, Magister en Género y Cultura, Dra ©en Antropología Sociocultural. Docente investigadora de la Universidad Católica del Norte, Antofagasta y la Universidad Central, Antofagasta.

2 Investigaciones de importancia desarrolladas por la red de masculinidad de la Facultad de Estudios Latinoamericanos Chile (FLACSO-Chile), mientras que las investigaciones de Eduardo Archetti, en Argentina, los trabajos de Annick Prieur de la homosexualidad en México, los trabajo de Christian Krohn-Hansen en Santo Domingo, los trabajos de Norma Fuller, en Perú, sobre los hombres populares, entre tantos otros, que exploran las diversas competencias sociales de los hombres, desde distintos ángulos, interesándose principalmente en al significado local de cada grupo investigado, de la sexualidad masculina, de la homosexualidad, bisexualidad, violencia. En ese plano los trabajos de Rita Segato en Argentina, sobre las estructuras elementales de las violencias resultan esclarecedores para la investigación de la masculinidad.
Nota para el lector, si se quiere emplear la siguiente información para fines acádemicos se recomienda revisar la fuente original en la web de la organización pública Desarrollo integral de la familia DIF del estado de Guanajuato, México: http://www.dif.guanajuato.gob.mx/masculinidad/jimena_silva_s.pdf

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